Inconformistas con el inmovilismo del sector, sus creadores afirman que la razón de ser del producto no es otra que la de intentar revolucionar una industria milenaria, “romper con el pasado e inventar el futuro”. Por eso, el vino azul no se adapta al gusto de expertos catadores ni entendidos del sector, sino al de personas normales. Esto es algo que los bodegueros más tradicionales se empeñan en criticar, pero que ha abierto el producto a un mercado internacional. Y es que ya han empezado a recibir algunos pedidos de países como Alemania, Suiza, Francia o Reino Unido.
En menos de un año desde su lanzamiento llevan vendidas más de 70.000 botellas y están presentes en más de 400 negocios. A nivel nacional, venden su creación en la mayor bodega del mundo, internet, a través de la web www.gik.blue, donde se puede adquirir en estuches de una, dos, seis y doce botellas. También cuentan con una sección específica para negocios, la Business Zone, en la que los comercios más innovadores pueden encontrar precios especiales para expandir esta revolución azul.
Creado en distintas bodegas del país, se elabora mediante un proceso tecnológico desarrollado por el departamento de I+D de Gïk en colaboración con empresas de tecnología agroalimentaria. Así, se crea mezclando uva tinta y blanca y añadiendo dos pigmentos orgánicos (uno que incluso se encuentra en la propia piel de la uva tinta); es un producto suave, dulce y fácil de beber. Por ello, mientras todas las variedades de vino existentes se aferran a normas tradicionales sobre cuánto, dónde y con qué comidas beberlos, Gïk carece de reglas. Se bebe en el momento, lugar y situación que apetece.