Amnesias de un empírico
Oscar Domínguez / Fuente: www.pulso.org
miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Formularé algunos comentarios sobre nuestra profesión desde mi condición de empírico. Soy de los que pasó por la Universidad, pero por la acera de enfrente, según el viejo chiste. Tampoco clasifico como colado en el oficio pues estoy moliendo cuartillas desde cuando muchos de ustedes se dedicaban al exquisito pasatiempo de gatear. O de berriar, que es la forma de hacer periodismo y de editorializar que tienen los bebés.
Todos los seres humanos somos periodistas mientras no se demuestre lo contrario. En casa, al salir de ella, en el bar, en la intimidad del motel, estamos comunicando algo. Pero como los periodistas escogimos este destino como modus comiendi, tenemos responsabilidades sociales que no cobijan a los demás. Dicho menos prosaicamente, citando al profesor Tomás Eloy Martínez, el nuestro es un oficio para ganar la vida. (Destino es el bello y certero nombre que les dan nuestras abuelas a las profesiones.)
El compromiso que nos hemos impuesto al atarzanar esta profesión de todos los sueños y todos los insomnios, nos obliga a ser exigentes con nosotros mismos desde los bancos de la Universidad. La capacidad autocrítica no nos debe abandonar. Tenemos que graduarnos de eternos insatisfechos. Si no, peor para nosotros. Nuestro oficio es tan exigente que nos obliga a vivir todo los días en período de prueba. Y si somos conscientes de esta responsabilidad desde temprano, estaremos haciendo mucho por la calidad de la actividad periodística. Nuestros lectores, oyentes, televidentes, cibernautas, nos lo agradecerán.
Empirismo con cierta nostalgia
Proclamaba antes mi condición de empírico. No lo hago con prepotencia, ni más faltaba. Más bien lo hago con cierta nostalgia. Estudié dos años en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Antioquia que dirigía don Alfonsito Lopera, pero finalmente no llegué a ningún Pereira. Fui desertor tempranero. Apenas alcancé a tirar dos o tres piedras en esas huelgas de los años sesenta que conducía, creo, Moritz Akerman. Bueno, no tanto como tirar piedra. Por lo menos, en una ocasión agarré una en mi siniestra mano derecha, pero me dí cuenta de que no sabía contra quién arrojarla. A eso se le llamaba existencialismo.
O anarquismo. Sigo siendo un anarquista encarbotado, con la diferencia de que ahora respeto el semáforo. (Gracias, Joaquín Sabina por la metáfora tomada a tus espaldas).
Cuando andaba en la U. “invicta en su fecundiad”, creo que puse en práctica aquello de que si el periodismo perjudica la rumba, deja el periodismo. Menos mal que luego tuve un momento de lucidez y me empleé como patinador en Todelar, Bogotá. El patinador es el funcionario que hace las veces de mensajero dentro de la redacción. Allí me tocó hacer el gran aprendizaje en medio de los ruidosos teletipos que me aseguraron oidos de polvorero de por vida, y de la mano de periodistas de la vieja guardia que también se graduaron sobre la fatiga y la zozobra diarias.
Alcancé a tener tarjeta de periodista porque la extinta Ley de prensa de 1975 establecía como uno de los prerrequisitos para tener acceso a ella, que se pudiera garantizar un ejercicio continuo de tres años de periodismo, o cinco discontinuos. Habría podido recurrir a cualquiera de las dos opciones. Hasta que la Corte le dio el tatequieto a la ley. Aunque el hábito no hace al monje, la tarjeta sí ayuda. Soy amigo personal de ella. Pero esa es harina de otro costal.
Viéndolo bien, me correspondió estar en la transición entre los periodistas por vocación y los que lo son por vocación y por universidad. Me preguntarán cuáles eran o son mejores o peores. Yo diría que ni los unos ni los otros. Más bien todo lo contrario. Me amparo en la Biblia para admitir que de todo hay en la viña del Señor. En una y en otra orilla los hay buenos y malos. Por razones de Perogrullo es preferible estar del lado de los buenos, porque también en el periodismo se va dando en forma inexorable la selección natural de que hablara Darwin: van quedando tendidos en el campo los que no pusieron sus cinco sentidos al servicio de la causa.
Profesión subdesarrollada
Algunos autores no son muy benévolos con el periodismo. Balzac dijo que si el periodismo no existieria no habría necesidad de inventarlo. Y mister Irving Kristol, citado por Juan Antonio Giner, profesor de la Universidad de Navarra, dice de la nuestra que es una “actividad subdesarrollada”, y agrega que es baja la calidad intelectual de quienes optamos por este oficio. Agregaba nuestro verdugo Kristol que los más brillantes estudiantes no se meten a estudiar periodismo. En mis tiempos (finales de los sesenta) no éramos diez los de mi curso en el que una estruendosa mayoría de bellas se imponía sobre dos o tres feitos de solemnidad.
Enumeraré otros reparos que pese a estar dirigidos a quienes estamos ejerciendo, también es importante que los conozcan ustedes que se aprestan a darnos el saludable codazo generacional.
Los periodistas somos muy dados a la crítica pero somos especialmente sensibles cuando esas críticas van contra nosotros. Tal vez por esto un estudio elaborado por la Revista Time condenaba la arrogancia de la prensa. Nuestra misión es tomar estas anotaciones con beneficio de inventario que llaman, aceptar con humildad de cartujo las que están fundamentadas, corregir errores y seguir adelante.
Soy un devoto de la autocrítica como herramienta de progreso en esta y en todas las profesiones. No hay que dejarle al prójimo el ejercicio de la crítica. Los que juegan ajedrez saben bien que los maestros de este arte que es el esperanto de la imaginación, suelen sacar gran provecho de los errores que cometen en las partidas. Saquémosle, pues, partido a las equivocaciones de los demás y a las nuestras. Y como de todas formas vamos a cometer errores, cometamos los correctos, no los incorrectos, de acuerdo con la fórmula de Shimon Peres.
Tiempo para las equivocaciones
(Haría un paréntesis para invitarlos a que se equivoquen todos los días. Es el tiempo para hacerlo, en su condición de universitarios. Es más, cambien una equivocación por otra. La juventud es la única época para embarrarla, nos recuerda Fernando González, el Brujo de Otraparte, en Envigado. Después, cuando estén ejerciendo, no podrán darse el “lujo” entrecomillado de las equivocaciones que se pagan muy caro. La juventud es un pecado que sólo se acaba con el tiempo, es una de las paradojas de Wilde, si no ando mal.
Ustedes se dan el lujo de cometer todos los días el pecado de la eterna juventud, que, como el amor, es eterno mientras dura. Esos pecadillos de incurrir en equivocaciones es algo que no podemos hacer quienes poco a poco vamos adquiriendo el incómodo estatus de veteranos. Cierro este paréntesis con la promesa de que después retomaré el departamento de consejos y similares. Los muy mayores solemos dar consejos que de jóvenes no habríamos seguido, leí en alguna revista vieja de peluquería.)
Sigamos viendo algunos de los pecados del periodismo. Una encuesta de Gallup, elaborada en 1958, concluía que el 70 por ciento de las informaciones elaboradas por periodistas eran inexactas. En 1980, mejoramos diez puntos y ya éramos inexactos en un 60%. Lo que no es para alegrarse, ni mucho menos. Porque hay que ser precisos en un ciento por ciento.
Otros ven en la prensa una casta elitista que se codea con los poderosos. Y si no se respeta a la prensa, se la teme. Realmente, esta profesión nos pone muchas zancadillas. Citando a Gabo diría que uno debe escribir para que lo quieran más, no para que le teman.
Es bueno y saludable tener una buena dosis de humildad para encarar una profesión que de pronto nos rebasa deslumbrándonos. El hecho de estar codeándonos con los de arriba, nos va tornando prepotentes. Empezamos a mirar a los demás por encima del hombro. A decretarles el olvido a quienes formaron parte de nuestro entorno. Nos creemos una clase social aparte.
Cambiemos de país: el soviético Alexander Solzhenitsyn advierte que hay superficialidad y precipitación en los informadores. A mi juicio, porque algo nuevo tengo que aportar, esta superficialidad está dada en buena parte por los bajos niveles culturales que tenemos los periodistas. De pronto vivimos la paradoja de que somos ignorantes los que escribimos. De allí la importancia de la Universidad que nos brinda, o nos debe brindar, mínimos niveles culturales para desempeñarnos decorosamente.
No significa esto que salimos de la Universidad y ya nos las sabemos todas. En una ocasión le escuché decir a ese eterno joven que fue Germán Arciniegas que empezó a estudiar y a aprender derecho en forma, cuando salió de la Universidad. Pero natura no da lo que Salamanca no presta, es otra de esas frases que pido prestadas para redondear este párrafo.
Somos nosotros quienes después vamos a ejercer la profesión, no la Universidad, ni los profesores. Hay que tener claro que las luces que no nos dan, nos las tenemos que conseguir con nuestro propio esfuerzo. Creo que las universidades viven en permanente actividad para mejorar las fallas que tienen. Pero no podemos pasarnos la vida endosándole la culpa de nuestra mediocridad a la U., así como es perfectamente inútil invertir nuestra vida echándole la culpa a nuestros mayores de los complejos que nos dejaron y que son los mismos que hacen más interesante nuestra existencia. Pero dejémosle este camello a los Freud que en el mundo son.
Para servir, no para trepar
El periodismo es uno de los mejores vehículos para servir como recomendaba el emperador Adriano a quienes ejercen el poder en alguna de sus formas. En este sentido tiene mucho de apostolado nuestra profesión. No es para mejorar la hoja de vida y tutearnos de pronto con el poderoso de turno, que decidimos barajar por este lado del ejercicio laboral. Tenemos el privilegio de ser invitados a los mejores sitios. Vemos la historia desde el ring side. Pero a veces es engañera nuestra profesión: almorzamos en hoteles de cinco estrellas y llegamos en buseta a casita. Nos le enfrentamos a una langosta Thermidor y de pronto no tenemos para la aguapanela de nuestra familia.
Hay que tomar este destino con calma. No perder de vista que para muchos el periodista es el medio, y no sé por qué tengo la sensación de que le estoy robando algo al señor Mc Luhan. Me explico: al que invitan, al que miman, al que halagan, es al medio para el cual sudamos cuartillas. Sale uno del medio y adiós Elena, en la estación te espero.
Recuerdo el suicidio de una periodista francesa que perdió el empleo y simultáneamente a su casillero dejaron de llegar las invitaciones a echar paja al Palacio del Elíseo, sede del gobierno. Pero esas son las reglas del juego, implacables por lo demás, y es bueno entenderlas. Somos bienvenidos en la medida en que nos puedan utilizar. (Nosotros también utilizamos a nuestras fuentes, en el mejor sentido). Por eso no está mal prepararnos para cuando nos llegue la hora de dejar de entregar la posta. Además, la vida también es para el goce desde el anonimato. Algo que aprendemos un poco tarde. Pero me estoy poniendo dramático así que cambiemos de tercio.