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¡Periodista, No Dispare!

Julio César Aizprúa / Fuente: www. libertad-prensa.org

miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
Ciudad de Panamá, 17 de febrero, 2004 - En 2003 las letras y las palabras se tiñeron de sangre. Cuarentaidos colegas periodistas en diversas partes del mundo fueron silenciados a punta de metralla y otros métodos brutales por el simple hecho de plasmar la realidad que les tocó vivir. Esta cantidad de periodistas muertos es la más alta desde 1995. Irónicamente, y como para hacer más tétrico este panorama, en Centroamérica continúan los procesos judiciales por calumnia e injuria en contra de los periodistas, distinguiéndose Panamá como el país que ostenta el nada honroso primer lugar de ser la nación latinoamericana en donde más se les persigue. Ante esta triste y aterradora realidad, mi pensamiento enmudece, se encoge, se dilata, se vuelve reflexivo y no se reprime al confesar que esos 42 colegas asesinados y quienes hoy en Panamá, Nicaragua, Guatemala, Honduras, Costa Rica y El Salvador, así como en cualquier lugar del mundo, enfrentan procesos judiciales, son culpables por sus nada envidiables destinos. Sí, es la pura verdad. Que no quepa la menor duda. Cada uno de estos colegas, asesinados o enjuiciados, son culpables de sus destinos por ese afán desmedido por buscar siempre la verdad. Ellos son y serán siempre culpables por cargar consigo armas peligrosas como bolígrafos, libretas, cámaras fotográficas y grabadoras, entre otros, y por esa maldita manía de querer saberlo todo para luego contárselo a quienes son los verdaderos dueños de la verdad: el público. Esos colegas asesinados o enjuiciados son culpables por denunciar a quienes creen que la corrupción es indispensable en un mundo en donde los valores se han invertido. No hay duda. Ellos son culpables por abrazar una profesión en donde el culto a la investigación y a la verdad son el cordón umbilical que oxigena las neuronas de quienes por vocación nos encontramos inmersos en sus entrañas.
es precisamente esto lo que marca la diferencia entre los verdaderos periodistas con sus consabidas responsabilidades sociales, y quienes llegan a esta profesión sólo con el afán de tener un trabajo seguro que más tarde les permita escalar cual aves de rapiña algún puesto público o privado de importancia. Estos últimos, de seguro que nunca abonarán ni aportarán nada al buen periodismo, al que se nutre de la investigación certera y veraz, al que se empecina en esclarecer los hechos por más ocultos que estén, al que practicaban y practican cada uno de nuestros colegas asesinados o procesados judicialmente. Ellos, los periodistas asesinados o procesados judicialmente, son culpables de sus nada agradables destinos por dedicar sus mejores esfuerzos al periodismo que no descansa, que no desmaya, que no se amedrenta ante los poderosos, que se nutre y debate cada día entre letras y palabras, y que no ceja en su empeño por ser cada vez mejores. Por eso, cada vez que un verdadero periodista es asesinado o procesado judicialmente, mi pensamiento enmudece, se encoge, se dilata y se vuelve reflexivo, sobre todo si los asesinos escogieron a los colegas costarricenses Parmenio Medina e Ivannia Mora y al nicaragüense Carlos Guadamuz.
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