Guerra contra el terrorismo: la ética periodística al basurero
Alcides Ernesto Herrera // Fuente: www. saladeprensa.org
miércoles 22 de octubre de 2014, 12:37h
El 11 de septiembre de 2001, dos aviones de línea comercial chocaron contra el World Trade Center, en Nueva York, considerado símbolo del poder económico de Estados Unidos. Otro avión arremetió contra el edificio del Pentágono, en Washington D.C., centro del poder militar de los Estado Unidos. Un cuarto avión se dijo que había sido derribado antes de llegar a cumplir su objetivo: la Casa Blanca, y así completar el ataque a los tres poderes fácticos de Estados Unidos: el económico, el militar y el político.
Los atentados terroristas fueron atribuidos a Osama Bin Laden, un antiguo aliado de Estados Unidos en la lucha contra el comunismo, que dirige la red terrorista Al Qaeda, y que estaba protegido por el régimen taliban en Afganistán. Días después de los atentados, Estados Unidos llamó a las Naciones Unidas a luchar contra el terrorismo y quitar al régimen taliban en Afganistán. Después de derrotar a “los talibanes” e imponer un gobierno de transición, los estadunidenses iniciaron una segunda guerra en Iraq, bajo el concepto de “guerra preventiva”, pues Sadam Hussein, presidente de Iraq, poseía “armas de destrucción masiva”, colaboraba con la red Al Qaeda y era un dictador sanguinario que había asesinado a sus opositores y vecinos con armas biológicas.
A las acciones bélicas ejercidas por Estados Unidos después del 11 de septiembre (11S) se les ha denominado “guerra contra el terrorismo”. Los principales aliados de esta guerra contra el terrorismo fueron Inglaterra y España y se aliaron 30 naciones pequeñas, entre ellas Nicaragua, Honduras y El Salvador.
Desde que se estrellaron los aviones estuvimos empotrados viendo, leyendo, escuchando, siendo testigos de la cobertura de los medios de comunicación. Todos los medios de comunicación transmitían lo mismo. Como nos dice Ferreira y Sarmiento: “Ver las transmisiones de cadenas CBS, ABC, NBC, Fox, MSNBC, CNN, Telemundo y Univisión fue como ver la misma estación repetida una y otra vez” (Ferreira y Sarmiento, 2003). Lo mismo sucedió cuando Estados Unidos atacó Afganistán e inició la guerra en Irak: los medios de comunicación enviaron cientos de reporteros que transmitían en directo, al menos así lo decían los mismos medios, y mantuvieron informado las 24 horas a todos los que vivimos en este planeta.
Los medios de comunicación han cubierto la “guerra contra el terrorismo” y nos hacemos las mismas preguntas que el periodista mexicano Gerardo Albarrán de Alba: “¿Cuál es nuestro papel en una guerra? ¿Debemos marchar como conscriptos del lado de nuestra nación o, según el caso, del aliado de nuestra nación? ¿Debemos ver y reportar sobre el enemigo como eso: enemigo? ¿Debemos alentar sentimientos patrióticos para que la sociedad cierre filas en torno a una causa, al margen de si es justa o no lo es, pero que se adopta como propia? ¿La prensa debe renunciar a su labor de informar y asumirse como simple instrumento de propaganda? ¿Se debe someter la agenda informativa social a las necesidades estratégicas de los ejércitos y sus patrocinadores? ¿Se debe aceptar la censura e incluso practicar la autocensura como arma de guerra, bien sea para no fundamentar el desánimo de la sociedad o para minar las resistencias morales de eso que llaman enemigo? ¿A quién servimos? ¿Para qué servimos?” (Albarrán de Alba, 2001).
Este ensayo pretende analizar, desde las interrogantes de Albarrán de Alba, la cobertura de los medios de comunicación en “la guerra contra el terrorismo” y sus implicaciones éticas.
Incitación favorable a la guerra
Los medios de comunicación estadunidenses se mostraron favorables a la guerra que estaba promoviendo la administración Bush contra Afganistán e Irak. Desde el inicio nos vendieron el desastre de las torres gemelas "como una serie televisiva llamada America Under Attack (América atacada)” (Schechter, 2004: 75).
Tres días después de los atentados los editoriales de los principales periódicos hablan de guerra. Así por ejemplo el 14 de septiembre los editoriales del Washington Post fueron: Henry Kissinger: “Hay que destruir la red terrorista”. Robert Kagan: “Debemos luchar en esta guerra”. Charles Krauthammer: “Hay que luchar, no hablar”. William S. Cohe: “La guerra sagrada estadunidense” (Ibíd. 76). Según Chechter “no hay ninguna columna de Colman McCarthy hablando de paz. Entre 1969 y 1997 estuvo escribiendo una columna a favor de la paz en el Washington Post. Lo despidieron porque, según le dijeron, la columna no generaba suficiente dinero a la compañía. 'El mercado ha hablado', fue el argumento esgrimido por Robert Kaiser, el director del Post” (Ibíd. 76).
Un mes después, cuando había iniciado la guerra en Afganistán, en la revista Newsweek se leyeron expresiones de este talante: "En Yemen, un nido de víboras del terrorismo, las autoridades detuvieron a ‘docenas’ de sospechosos seguidores de Bin Laden". O bien: "El máximo jefe podría estar en las montañas de Afganistán, escondiéndose de las bombas y los comandos estadunidenses, pero también, sin duda, preparando su próxima atrocidad". O peor: "Ahora los funcionarios de inteligencia están advirtiendo que las células terroristas, cerradas y secretas, son extremadamente difíciles de penetrar; que por cada cabeza de serpiente cortada, surgen dos más del pantano…" (Albarrán de Alba, 2001).
Los medios de comunicación de occidente se sumaron al coro belicista de Bush, violentando los principios éticos de la UNESCO que nos dice: “El compromiso ético por los valores universales del humanismo previene al periodista contra toda forma de apología o de incitación favorable a las guerras de agresión y la carrera armamentística, especialmente con armas nucleares, y a todas las otras formas de violencia, de odio, de discriminación” (Bonete Perales, 1995: 232). Bien directo nos señala la UNESCO que el periodista debe oponerse abiertamente a toda forma de apología o de incitación a la guerra, pues haciéndolo así los periodistas contribuyen a la creación de un mundo nuevo más justo y humano.
La primera víctima de la cobertura de la guerra: la verdad
El 7 de octubre de 2001 Estado Unidos inició el ataque a Afganistán, por el motivo que el régimen taliban protegía a los terroristas que habían chocado aviones contra las torres gemelas y el Pentágono. El 20 de marzo de 2003, tropas mayoritariamente estadunidenses y británicas bombardearon Bagdad, capital de Iraq, dando comienzo a la guerra. El 9 de julio fue tomada Bagdad y seis días después se da por finalizado el conflicto, ¡aunque la guerra aún continua!
El principal motivo para invadir Irak, según lo expresó George W. Bush ante las Naciones Unidas (ONU) en septiembre de 2002, es que “Sadam Hussein se ha burlado de nuestros esfuerzos y continua desarrollando armas de destrucción masiva. Podríamos estar completamente seguros de que posee armas nucleares (sic) cuando, Dios no lo quiera, las utilice” (Moore, 2003: 57). Un segundo motivo lo expresó Bush meses después: “Nuestras fuentes nos indican que Sadam Hussein ha autorizado recientemente a los comandantes iraquíes el uso de armas químicas, las mismas armas que el dictador asegura no tener” (Ibíd., p. 60). Por último, un tercer motivo era que Iraq tenía relaciones con Osama Bin Laden y Al Qaeda: “Se trata de un hombre que ha mantenido contactos con Al Qaeda. Es un hombre que representa muchas amenazas: es de esos tipos a los que les gustaría más que nada entrenar a los terroristas y suministrar armas a los terroristas para que atacasen a su peor enemigo sin dejar huella. Este tipo supone una amenaza para el mundo”, dijo Bush en St. Paul, Minessota, el 3 de noviembre de 2002 (Ibíd., p. 58). Las causas que motivaron la guerra, a dos años de iniciado el conflicto, ha quedado demostrado que fueron mentiras creadas. ¿Qué hubiese pasado si se hubiera conocido la verdad antes del 20 de marzo de 2003?